El Romántico ha quedado solo, con la luna, una vez más. Sentado en el cordón de la vereda, mirando a la noche del verano porteño. Saca unas estrellas verdes del bolsillo “deben ser las 4:20” piensa y se dibuja una sonrisa. Dispersa las estrellas y dispone un papelillo, cuando se detiene antes de rellenarlo. “como na estrada” se dice en voz alta, como si le hablara al asfalto, más una vez; descarta el papel haciéndolo un bollo y en la secuencia saca una servilleta de pizzería del bolsillo, recorta toscamente un poco y en ella aperta las estrellas verdes. Del otro bolsillo descubre el encendedor y “dá mecha”.
¿será que realmente se acabó? Se pregunta mientras el humo comienza a envolverlo
…todo tiene su final… ensaya a Hector Lavoe, sin ritmo alguno.
El humo lo envuelve, poco a poco.
Sus músculos se relajan (¿realmente?) y baja la mirada. Ahí está ella. Pocos veces le ha dedicado palabras (como a tantas personas que ama) pero nunca se olvida que ella siempre está. Quizás le tenga reservado su mejor poema, com certeza nunca podrá expresar en palabras lo que siente. Aluminio, ruedas, cables. No, no es solo eso. Ha dormido a su lado más que con cualquier mujer. Esa bicicleta no es solo material, sustancia, Prakriti, sino también espíritu, esencia, Purusha. Han luchado mucho juntos. Sierras con sus subidas y sus bajadas, en estrada de chao y asfalto, sol o lluvia, calor sertanejo o frío hasta el hueso, salvajes ciudades e infernales agrocultivos. Han sido un verdadero minotauro cuidando de su laberinto. Ella no puede llevar nombre porque es una extensión de él, no llevan nombre sus brazos, por ejemplo. Menos lo llevará la bicicleta.
Vuelve a besar al cigarro y a mirar al cielo, las estrellas. Se acuerda de “El Amigo”, ese confesor, ser de confianza que siempre aparecía cuando el corazón más lo reclamaba. Salido de la sombra de un posto de combustible, de alguna esquina de la ciudad, en el medio del campo, confesor caído del cielo siempre dispuesto a oír sus penas, sus historias y al que, también, nunca se negaría a darle el oído, fala pra mim bro, que foi? Aquellos con los que edificó complicidad, sin fronteras, con un toque de subversión y mucha solidaridad de parias. Cara, velho, meu irmao, bro, rapaz, bicho, galera.
Las estrellas verdes lo continúan envolviendo y la luna le sonríe, fresca, transparente. Ahora es inevitable, se acordó de “Ella”. Su dulzura necesaria, el cachetazo a su machismo, sus manos cariñosamente laboriosas, los caminos que no fueron andados, los besos que nunca se dieron.
“El mejor amor, es el que ya pasó, se siente al decir adiós”, olvidándose hasta de la melodía, cita a Zitarrosa, se identifica más una vez con el uruguayo.
Sabe que aunque vuelva al punto cero nada será igual. No existe la vuelta atrás. El arrepentimiento no tiene tiempo ni espacio.
Da mais um pega y su mente son imágenes, ni siquiera recuerdos. Baja una lágrima que barre momentos pasados no necesariamente tristes.
No, no acabó, de la misma forma que nunca empezó, no hay un comienzo de los cinco. El tiempo no es lineal, ya ha ido y venido varias veces, como pinceladas en una tela, masazo sobre masazo, pedal após pedal, sueño tras sueño.
Nada tiene su final Héctor, te equivocaste, dice, en voz alta y segura. Mira como el cigarro termina de consumirse entre sus dedos. Bueno, algunas cosas si, se auto retruca. Lo mata y se levanta, tiene que acomodar las alforjas y disponer la bicicleta. Le falta el último tramo, los kilómetros hay que pedalearlos, sentencia.
El Jinete Insomne, Ciclista Pentapolar, más una vez saldrá en el medio de la noche, a llenar la oscuridad con óxido y fé.